A principios de la década de 2010, el humilde arrancador de zanahoria Antonio Martínez Fuentes, alias El Toñín, encontró con perversidad una mina de oro en el robo de hidrocarburo de los ductos de Pemex, que atraviesan los campos de cultivo del Triángulo Rojo. De manera casi súbita, en apenas unos años, se convirtió en el sanguinario capo del huachicol y amasó una enorme fortuna, que le ha permitido convertirse en el “gran benefactor”, principalmente, de su pueblo, Palmarito Tochapan, en donde la mayoría de los habitantes lo veneran, lo obedecen y lo protegen a cualquier costo.
La historia de ese jornalero que nació en la miseria, en una familia con muchos hijos, cuyos integrantes por años trabajaron como cosechadores en los campos de zanahoria, cambió radicalmente a los lujos, al dinero a manos llenas y al poder absoluto en la región, cuando decidió su vocación criminal.
El Toñín, quien cubría un horario de trabajo en tierras que no le pertenecieron nunca, desde las 3 de la madrugada a las 09:00 horas, con el clima ideal para arrancar esa hortaliza, vivió su infancia y su juventud en una casa construida con láminas y cartón, en la que la familia sólo tenía un puerco amarrado a un árbol.
La pobreza fue tal que, solamente con el esfuerzo y ayuda de toda la familia, el hermano menor que fue alcalde de Quecholac, Alejandro Martínez Fuentes, pudo tener estudios universitarios en derecho, este sujeto fue detenido por ser parte del grupo Huachicolero, pero sigue su proceso en libertad debido a que gano un amparo.
Antonio, en cambio, apenas se quedó con la instrucción primaria.
El Toñín rondaba los 30 y tantos, cuando en su labor cotidiana en los campos como arrancador, observó la oportunidad del robo de combustible.
Entonces era incipiente y muy torpe la operación de esos delincuentes.
En 2000, cuando no pasaba todavía por la mente de un veinteañero Antonio convertirse en criminal, en Puebla había apenas 15 tomas clandestinas descubiertas; en 2016, cuando El Toñín estaba ya de lleno en la actividad, la cifra llegó a mil 533.
Martínez Fuentes, en los tempranos años de la década que abrió el año 2010, comenzó con un robo hormiga, en los campos que rodean la junta auxiliar de Palmarito.
Pronto creó una red pequeña en su municipio, que luego fue creciendo a otros.
Con precisión delincuencial sumó a los integrantes de grupos a cuyos líderes “anulaba”, además de sus propios miembros de confianza, casi todos de Quecholac.
Pronto creo células en Huixcolotla, Tepeaca, Acatzingo, Acajete Tecamachalco, prácticamente en todos los municipios, desde los límites de Puebla con Veracruz hasta Amozoc.
Todos esos subgrupos de su banda criminal tenían (y tienen) organización propia: halcones que avisaban de la llegada de efectivos estatales y Fuerzas Federales, muchos de ellos menores de edad, ordeñadores, transportadores y vendedores.
Con esa organización, pocos años bastaron al otrora paupérrimo campesino para convertirse en el poderoso y opulento capo.
El Toñín no se conformó con ello, pues creó también una especie de agiotismo huachicolero. Otorgaba a crédito contenedores con cientos de litros de combustible a quienes lo solicitaban y les daba cinco días para el pago.
O permitía que algunos explotaran por un tiempo determinado tomas clandestinas que controlaba y controla, a cambio de una renta, también con un plazo estrecho de pago.
Si éste no llegaba, las consecuencias, dependiendo de quién se tratara, podían ser funestas.
Antonio Martínez convirtió el hurto de combustible de los ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) en una red franquiciataria.
El éxito e impunidad para que siga libre este hombre se sustenta en la protección que, principalmente en Palmarito, le da la gente.
Por años ha realizado festivales del Reyes, del Día del Niño, de la Madre, fiestas patronales y populares comprando a los pobladores que se conforman con migajas como lo hacia El Marro en Guanajuato.
Regala juguetes, estufas, financió la reconstrucción de iglesias y la construcción de la capilla del Santo Niño Huachicolero, que está en Palmarito y en un recinto de veneración en forma.
Antonio Martínez Fuentes, dicho sea de paso, vive una dualidad, pues a pesar de su actividad criminal, la gente de la región nos dice que es un “hombre muy pendiente de su familia” y un católico devoto.
La gente de su pueblo, esa que lo protege y que de vez en cuando toman la carretera Puebla-Orizaba para exigir que la Marina ya no realice operativos para buscarlo, “lo quiere, porque él los apoya”.
Si alguien enferma de gravedad en esa junta auxiliar de Quecholac, sobre todo niños y ancianos, El Toñín paga las cuentas de los hospitales.
La historia de El Toñín, guardando las proporciones, se parece mucho a la de delincuentes como el narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria o el mexicano Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.
Habrá que preguntarse si el desenlace será como el de alguno de ellos.